!EL FUTURO ES DE TODOS!

Es natural que el éxito artístico espontáneo poco tenga que ver con el talento. La fórmula para la notoriedad es una ecuación en la que intervienen los siguientes parámetros: estar en el lugar indicado, en el momento justo y con el discurso idóneo. Por tanto, circunstancia e idoneidad son, a la postre, los factores que inducen a conseguir el ansiado favor del azaroso e indolente público. Solo cuando hay talento de sobra y ausencia de todo lo demás se introduce un índice corrector: la longevidad.

Cuando la historia clasifica una época, en su proceso de mitificación, cualquier artista que no hubiera recibido un justo reconocimiento en su momento será convertido en incunable, en objeto de culto o en un modelo icónico del buen gusto. Será transformado, en definitiva, en una reliquia necesaria, pues mucha de la producción artística que quedó como excedente, y que no obtuvo trascendencia en el pasado, será susceptible de convertirse en sensación imprescindible de los tiempos modernos. Esta es la razón por la que el refrán “que hablen de ti aunque sea mal” cobra completo sentido, y es que dejar impronta en un mundo artísticamente cíclico, basado en la reinvención, asegura la admiración de simpatizantes en el futuro o al menos su empatía.

Llegados a este punto, sobreviene una pregunta: ¿Cómo podría conseguir eternidad un producto artístico que no encuentra hueco en el presente? La respuesta, a mi juicio, la da la autenticidad. El único atributo que hace que una obra sobreviva al barrido revisionista del tiempo es este elemento. Una obra artística, convenidamente adaptada a un tiempo, puede producir un beneficio inmediato –es el premio del seguidismo- No obstante, cualquier obra realizada con personalidad que no goce del beneplácito del público en un periodo concreto, sin duda, disfrutará de especial mención en el futuro dado que, en la búsqueda de lo nuevo, el pasado siempre juega un importante papel. Es por eso que, en la actualidad, imitar a artistas auténticos, por más flagrante que sea la copia, asegura también admiración (Es el nuevo tal.., la versión moderna de…, no se hacía nada parecido desde aquél…) Es como si la marca se traspasase transcurrido un determinado espacio de tiempo. Se trata del poder curativo del tiempo que cambia lo “viejo” por lo “autentico” de una forma mágica. Algo que me trae a la mente la imagen de ese amigo al que siempre se le pide que imite a algún personaje porque sus colegas, invariablemente, se desternillan con sus interpretaciones de personajes mutados, con una parte nueva marca de la casa, pero categóricamente fiel al original, valorándose más el punto de complicidad que extrañamente se genera que el fondo del discurso.

Ahora imaginemos la siguiente fábula: A un chico se le apareció un genio que, como no podía ser de otro modo, le concedió un deseo en agradecimiento por liberarlo de su prisión en forma de lámpara. El chico, codiciosamente, le demandó al genio ser rico y famoso, y el genio, como evitando hacer el conjuro mágico, le dio al chico la fórmula del éxito para que lo consiguiera por sí mismo diciéndole con voz gruesa. -“Deberás guardar todo lo que compres, jamás tires nada. Serás rico y famoso, te lo garantizo”. El joven -que situaremos en los sobrios años cincuenta- coleccionó cada cosa que compró y recopiló cada cromo, moneda u objeto inservible que le cayó cerca. Muchos años después, y tras pasar un calvario por la ausencia de ingresos, se vio transformado a los ojos de todo el mundo -dado lo obsesivo de su comportamiento- en un incómodo trastornado mental. Esta situación acabó provocando que un vecino diera el aviso a la policía para que desahuciaran al chico, convertido ya en un anciano. Al personarse los agentes y ser recibidos por aquel viejo loco quedaron de piedra al descubrir la cantidad de reliquias y tesoros que amontonaba en aquella casa. Chucherías de otros tiempos con un valor casi incalculable en la actualidad, y lejos de ser expulsado y multado por su comportamiento antisocial, el anciano recibió las más suculentas ofertas por cada bártulo, enser o baratija que poseía. Morralla de otros tiempos convertida ahora en oro por obra y gracia del minutero. Es así como aquel chico se convirtió en un hombre rico y famoso al fin, cumpliéndose irónicamente su deseo de juventud ya a la vejez.

Esta fábula se resume en que todo lo que pervive en el tiempo se revaloriza y gana profundidad; lo bueno, lo malo, los descartes, incluso lo infame. Es por esto que dejar una impronta en el mundo es importante, a modo de legado para las generaciones que vendrán. Primero porque creer en uno mismo, sin mayores tribulaciones que la necesidad de expresar la verdadera naturaleza interior, es algo que todos debiéramos hacer por un sentido espiritual que, lamentablemente, esta sociedad del recreo ególatra ha anulado, y después, porque cualquier cosa que hagamos hoy, pese a que no sea comprendida o no genere interés, será como contribuir con un mensaje en la botella del tiempo a la espera de un futuro menos injusto. Por este motivo, cuando alguien trate de disuadirte de que lo que haces no tiene interés, podrás responderle con la frase del gran poeta latino Ovidio: “Abeunt studia in mores”

–Lo que se persigue con celo hoy se convierte en costumbre mañana-

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